viernes, 2 de septiembre de 2016

ADIÓS


El adiós siempre está presente en nuestras vidas.
Es una idea romántica, nostálgica, cruel, melancólica, vengativa... pero, sobre todo, es humana,
porque vivir es encuentro y despedida.

Pequeños adioses se pronuncian a menudo cada día, pero un gran adiós se dice pocas veces en
la vida. Un adiós definitivo de los que rompen una historia o despiden para siempre, es
infrecuente.
Adiós es una palabra antigua, que viene de la expresión medieval " a Dios seas" o "con Dios
vayas" y que se dice igual en muchos idiomas.
El adiós es una idea romántica, favorita del cine y la literatura y muy versátil, tan nostálgica
como cruel o tan melancólica como vengativa. Pero por encima de todo es profundamente
humana, porque vivir es un constante encuentro, pero también es una irremediable despedida.
Tarde o temprano hay que decir adiós a trozos de la existencia; a la infancia, al trabajo, quizá a
una ciudad, a unos amigos, a una casa. Estas fracturas tienen recambio porque si algo se
pierde, un nuevo elemento llega; otra ciudad, otra gente, otra actividad; por eso, seguramente,
sean más conmovedores que dolorosas.
Hay, sin embargo, un adiós sin sustitución, huérfano, que no deja sino vacío. Momentos
tremendos que suman despedida y valoración al propio tiempo, porque a veces sucede que sólo
cuando algo se pierde para siempre es cuando se empieza a querer. ¡Cuánto daño hacen esos
adioses! Más daño aún si además son inesperados o sorpresivos y todavía más si no son
recíprocos, porque dos no discuten si uno no quiere; pero en el adiós eso no vale, algo se
rompe simplemente porque uno quiere, aunque el otro no lo desee.
Con o sin recambio hay que saber decir adiós, y hay quien no acepta esta evidencia, quien
desea conservar todo lo que tuvo, quien querría llevar en una mochila vital todo lo que se cruzó
en su camino. Ciertas personas guardan objetos mas allá de su valor e incluso de su
accesibilidad, cuando el espacio, la mente y la vida son limitados y existe, implacablemente,
una censura por saturación. Romper, olvidar, desprenderse, no es siempre malo. Decir adiós es
lo más deseable cuando se despide lo que daña, el adiós es feliz si se brinda al analfabetismo, a
las enfermedades, a un matrimonio devastador. Ojalá la ciencia despida pronto otras amenazas
y los políticos digan como escribió Hemingway, "adiós a las armas".
Mientras tanto, los muchos que han sentido la herida que deja un beso o una carta de
despedida han de imaginar que las cicatrices de un adiós también enseñan a vivir.

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